El primer ministro griego Alexis Tsipras está demostrando que no sólo es el alumno más aventajado de Milton Friedman y la Escuela de Chicago: las aspiraciones de Tsipras van mucho más lejos y está en proceso de fundar una propia ideología política, el pinochetismo de izquierdas.
En esta empresa está secundado por la fracción ultraeuropeísta en su partido Syriza y por la nueva y espuria mayoría constituida por esta fracción y por los podridos y corruptos partidos tradicionales de la oligarquía y el imperialismo: la derecha minoritaria de Anel, la socialdemocracia del Pasok y la derecha conservadora de Nueva Democracia. En la oposición parlamentaria quedan los comunistas del KKE, posiblemente la fracción de Syriza contraria a entregarse a las instituciones imperialistas y los nazis de Amanecer Dorado, desgraciadamente uno de los que más pueden beneficiarse de la situación.
Con las condiciones aceptadas por Tsipras y la nueva mayoría parlamentaria para mantener a Grecia dentro de la zona euro y recibir el tercer rescate (léase: el tercer saqueo) se reúnen condiciones similares a las que caracterizaron al golpismo latinoamericano –aunque también de otras latitudes– y las pseudo-democracias coloniales entre las décadas de 1970 y 1990, y especialmente a Chile a partir del golpe de Estado de Pinochet el 11 de septiembre de 1973: ajustes estructurales neoliberales y juntas golpistas o semigolpistas con rostro democrático que prepararon la transferencia del control económico, político y militar a las instituciones imperialistas extranjeras. La comparación con las políticas de Reagan y Thatcher, en cambio, no se sostiene, puesto que el reaganismo y el thatcherismo fueron políticas de ajuste neoliberal implementadas en los centros imperialistas por las propias élites nacionales, a diferencia del pinochetismo, que tuvo lugar en un país periférico y dependiente respondiendo a órdenes e intereses extranjeros.
Atrás quedan meses de resistencia a las condiciones de la antigua Troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Comisión Europea) y las instituciones sucesoras que culminó en el referéndum convocado por el propio Tsipras y su gobierno el pasado 5 de julio, mediante el cual una aplastante mayoría de griegos votó y se pronunció por rechazar las antiguas condiciones impuestas por la antigua Troika a Grecia para optar a nuevos préstamos.
La aplastante victoria del No en el referéndum reflejaba el gigantesco rechazo popular griego a nuevas medidas de austeridad, recortes sociales y privatizaciones. Esta gran victoria proporcionó al gobierno de Tsipras una fuerza inmensa y una legitimidad colosal para plantear políticas alternativas de recuperación de soberanía nacional y derechos para los trabajadores. Además, Tsipras y Syriza recibieron la solidaridad de muchos gobiernos e intelectuales progresistas y antiimperialistas en todo el mundo, y el resultado del referéndum permitió en Europa unificar momentáneamente a los contrarios a las políticas de austeridad y recortes con muchos de los partidarios de romper con el imperialismo europeo. Durante unos días, conquistar políticas de soberanía nacional y derechos sociales –incluso con la oposición de las direcciones de la izquierda europeísta– pareció una estrategia completamente realista y factible en muchos lugares de Europa.
Desgraciadamente, Tsipras y su gobierno, junto con la nueva mayoría espuria, agitando el miedo y el catastrofismo ante una posible expulsión de Grecia de la zona euro –el Grexit–, decidió hacer caso omiso de los resultados y de la voluntad popular griega, y aceptó unas condiciones para un tercer rescate que no sólo son mucho peores que las rechazadas por los griegos días antes, sino que convierten en la práctica a Grecia en una semicolonia de las instituciones imperialistas dominadas por la competencia entre Alemania y Estados Unidos.
Renunciando a recuperar la soberanía nacional, Tsipras y la fracción ultraeuropeísta de Syriza han hecho navegar estos últimos días a Grecia entre los dos proyectos imperialistas de construcción europea.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) –que, de forma insólita y rompiendo con toda su tradición, ha elaborado varios informes donde sostiene que la deuda griega es insostenible y pide una quita de la misma– y Mario Draghi, antiguo ejecutivo del Banco Mundial y del gigantesco banco estadounidense Goldman Sachs, y ahora presidente del Banco Central Europeo. Tanto el FMI dominado por EE.UU. como Draghi –el hombre que gestiona los intereses estadounidenses en la construcción europea–, auxiliados por el presidente francés Hollande, trataron de evitar el Grexit que exigía Alemania. Los temores a graves repercusiones geopolíticas por un eventual acercamiento de Grecia a Rusia, así como al aumento del poder de decisión de Alemania en el proceso de construcción del bloque europeo, convirtieron a las negociaciones en una maratón frenética.
La tragedia griega muestra claramente que la izquierda europeísta constituye una fuerza real o potencialmente quintacolumnista en el seno de los pueblos y los trabajadores.
¿Golpe de Estado de la Unión Europea o autogolpe de Tsipras y sus nuevos aliados oligárquicos y antipatrióticos?
La hipótesis de golpe de Estado fue adelantada por algún protagonista de estos últimos meses, como el ex ministro de finanzas Yanis Varoufakis –un temido ogro para la Troika– o también por el premio Nobel de economía Paul Krugman. La naturaleza de ese golpe de Estado no está bien definida, pero la hipótesis de un autogolpe pseudo-pinochetista no puede descartarse por varias razones.
En primer lugar, las medidas aprobadas representan la esencia más pura del liberalismo salvaje basado en la guerra contra los trabajadores y otros sectores populares, siguiendo la doctrina que Milton Friedman y la Escuela de Economía de Chicago elaboraron en la década de 1970 como receta para pagar las inmensas deudas externas que tenían casi todos los países de América Latina y el Caribe: ajustes estructurales radicales (privatizaciones y liberalización de casi todos los servicios públicos, recortes drásticos de la inversión del Estado, ataques contra los salarios y las pensiones, destrucción de derechos laborales e impuestos que repercuten en las capas más pobres, entre otras medidas). Chile fue el laboratorio avanzado de este tipo de medidas y Pinochet el brazo de hierro ejecutor de las directrices del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la CIA y el Pentágono. Las mismas recetas que recetó Friedman y que aplicaron en Chile y otros países se aplicarán a partir de ahora en Grecia.
En segundo lugar, las medidas aprobadas convierten de facto a Grecia en un país semicolonial y totalmente intervenido por las instituciones dominadas por el imperialismo alemán y el de EE.UU., que controlarán no sólo la aplicación de las condiciones dictadas por esas instituciones sino también el organismo creado para fiscalizar la privatización del patrimonio del pueblo griego (el sector público: puertos, ferrocarriles, aeropuertos, telecomunicaciones, etc.), que servirá para recaudar fondos destinados a retornar los préstamos recibidos en el tercer rescate. Es decir, al igual que las dictaduras y pseudodemocracias latinoamericanas de 1970 en adelante, el gobierno griego pierde las últimas facultades de controlar su propia economía, y su parlamento y su gobierno se convierten en instituciones que sólo serán necesarias para tramitar las directrices emanadas de Bruselas y Berlín. Esto significa que, si bien formalmente Tsipras y su gobierno fueron elegidos por las urnas y después por el parlamento siguiendo correctamente los protocolos de las democracias burguesas, al firmar los acuerdos han aceptado convertirse en funcionarios y administradores de las instituciones europeas.
En realidad hay indicios de peso para considerar que lo ocurrido en Grecia responde a un autogolpe de Tsipras y la nueva mayoría parlamentaria –con el evidente beneplácito de las instituciones imperialistas de la antigua Troika–, aunque sólo sea al aceptar el acuerdo firmado con las instituciones europeas. Las medidas defendidas por Tsipras y la nueva mayoría formada por la coalición con los partidos oligárquicos de derechas y de izquierdas –Nueva Democracia y Pasok– constituyen una ruptura completa con el programa electoral de Syriza que llevó a este partido a conseguir la mayoría parlamentaria en las elecciones celebradas hace unos meses, y que permitieron a Alexis Tsipras convertirse en primer ministro. También constituyen una violación flagrante del resultado del referéndum convocado el 5 de julio por el propio Tsipras, por el cual una gran mayoría de electores votaron abrumadoramente contra el paquete de medidas anterior que habían propuesto las instituciones europeas y que era sustancialmente mucho menos agresivo que el que finalmente ha aceptado Tsipras y sus aliados oligárquicos. Esto significa que, al igual que el golpismo latinoamericano de la década de 1970 en adelante, Tsipras y la nueva mayoría han promovido la vía golpista –eso sí, de momento un golpismo “soft”– al violar groseramente todo el programa electoral de Syriza que le llevó al poder y los resultados del referéndum del 5 de julio. Tsipras, que por cierto acaba de remodelar su gobierno depurando los elementos patrióticos, dirige una junta golpista con fachada democrática.
Por el momento la junta de Tsipras y su declaración de una guerra a fondo contra los trabajadores y la patria no ha sido acompañada de medidas sangrientas y brutales de represión policial, en parte porque la profunda desmoralización causada por lo que se interpreta por muchos griegos como una traición de Tsipras ha evitado una movilización masiva y popular contra la junta antipatriótica y sus medidas. Pero nadie puede impedir que eventualmente este pinochetismo de izquierdas abra paso a un pinochetismo de derechas –caracterizado por las represiones brutales y las matanzas– para garantizar el cumplimiento de las condiciones firmadas. Si eso ocurriera, las hordas nazis de Amanecer Dorado sin ninguna duda serían empleadas como fuerza de choque contra los trabajadores y la resistencia patriótica y popular.
Las dos almas de Syriza: ultra-europeístas contra semi-europeístas o patriotas
El Partido Comunista de Grecia consideró desde el primer momento que el referéndum era un engaño y que todo Syriza en bloque defendía las políticas imperialistas de la Troika. Como alternativa a las propuestas de Syriza, el KKE promovía unas propuestas basadas en la salida inmediata del euro, de la Unión Europea y de la OTAN, y en la instauración automática del llamado «poder obrero».
La realidad parece ser mucho más matizada. Syriza es un conglomerado de organizaciones políticas de diferentes ideologías y tendencias, que abarca desde la socialdemocracia europeísta, proudhoniana y keynesiana, hasta algunas corrientes de extrema izquierda rupturistas. Frente a Tsipras y la nueva mayoría parlamentaria que apoya a la junta se ha alzado la fracción más patriótica y representante de los intereses populares dentro de Syriza, que tiene la mayoría absoluta dentro del órgano de dirección del partido (el Comité Central), pero es todavía una minoría muy pequeña dentro del Parlamento respecto a la fracción europeísta y por tanto carece de fuerza parlamentaria para detener el autogolpe. La postura de esta fracción no implica que carezca de una agenda o una ideología europeísta, pero esta ideología es subalterna e incluso puede ser sacrificada –como han mostrado algunos de sus dirigentes pronunciándose por romper con el euro o con el retorno a la antigua moneda griega, el dracma– frente a los intereses patrióticos y populares que chocan con el dogma europeísta.
Dentro de la fracción patriótica, la figura del ex ministro de finanzas griego y auténtico ogro de la Troika, Yanis Varoufakis, merece destacarse por su honestidad. Primera víctima del éxito del No en el referéndum del 5 de julio, dimitió inmediatamente –probablemente fue cesado por Tsipras, que no quería un patriota al frente de las negociaciones– y su cabeza fue el regalo que ofreció el pinochetismo de izquierdas a las instituciones de la antigua Troika como muestra de buena voluntad y de sumisión a la dictadura europeísta. La presidenta del parlamento griego Zoi Konstantopoulou o el ya ex ministro de Energía Panagiotis Lafazanis son otras de las destacadas voces honestas dentro de Syriza que están denunciando y combatiendo la traición contra los intereses patrióticos y populares por parte de la junta.
El reto ahora mismo es conseguir trasformar estos rechazos y denuncias en organización y alternativa. Después de lo sucedido en estos últimos días, la realidad ha desmentido que Syriza sea un bloque monolítico dirigido contra los intereses de los trabajadores griegos y a favor de los intereses de la oligarquía y la Troika. Una alianza del KKE con las fuerzas progresistas, patrióticas y populares que existen dentro y fuera de Syriza podría impulsar las energías populares para poner en jaque al pinochetismo de izquierdas y los intereses de la Troika e incluso elaborar una alternativa realista. La desunión y las posturas maximalistas, sean del bando que sean, pueden resultar nefastas en estos momentos de grave crisis al provocar enfrentamientos y desmoralización entre los sectores populares.
Pero no hay dudas de que al igual que el pueblo griego y su heroica clase obrera lucharon contra la antigua y sangrienta dictadura militar instaurada por la OTAN, también lo hará esta vez contra el pinochetismo de izquierdas y de derechas.
La izquierda europeísta como Quinta Columna de la oligarquía europea: las políticas de traición nacional
La ideología oficial de las organizaciones de la izquierda europeísta es un rancio keynesianismo –fracasado hace ya cuarenta años y abandonado por la socialdemocracia– mezclado con un democratismo infantil que asume el discurso de la democracia oligárquica como el único marco posible y real de actuación política. La izquierda europeísta no ha hecho más que recoger la vieja ideología socialdemócrata abandonada por los partidos socialistas escorados hacia el neoliberalismo y la ha adornado con elementos modernos como la unidad europea, la Tasa Tobin, la renta básica, el ecologismo burgués y los movimientos de igualdad sexual.
Muchas de las organizaciones de la izquierda europeísta, al igual que sucede con Syriza, están constituidas por varias corrientes que les confieren un carácter heterogéneo. Algunas de ellas son euroescépticas o incluso antieuropeístas, pero su influencia dentro de las organizaciones europeístas es insignificante y acaban tolerando el europeísmo en nombre de la unidad porque no se considera un grave problema que deba provocar discrepancias internas. A efectos prácticos, la izquierda europeísta presenta su propio proyecto de unidad europea sin fisuras, y este proyecto se denomina «Europa democrática y social» o «Europa de los pueblos». El objetivo de la izquierda europeísta es hacer calar entre los trabajadores y los pueblos el mensaje de que es posible una unidad europea que contemple los derechos sociales y laborales sin necesidad de romper el marco político y económico vigente. Se trataría de una Europa democrática donde los intereses de los trabajadores defenderían sus propuestas de igual a igual con los grandes poderes –públicos y privados–, las instituciones y el mundo de los grandes negocios y las altas finanzas en el marco de un corporativismo europeo harmonioso.
Partiendo de la base que la unidad europea y el euro son conquistas progresistas irrenunciables, la izquierda europeísta defiende algunas medidas redistributivas y paliativas que alivien la catástrofe social y el desempleo a través del crecimiento. Su obsesión es luchar contra la austeridad –de ahí el keynesianismo– planteando que son posibles «otras» políticas en el marco actual –definido por la democracia oligárquica y la economía capitalista dominada por los grandes monopolios industriales y financieros– que respondan a los intereses de los trabajadores. La estafa queda oculta porque no se explica en ningún momento que los grandes intereses políticos y económicos de la oligarquía financiera y sus fieles servidores jamás van a permitir que se realicen políticas que dañen sus intereses estratégicos, y que el capital jamás va a invertir allá donde no espere obtener unos intereses razonables, imposibles en tiempos de crisis.
En este sentido, las políticas de la derecha oligárquica son más honestas y realistas que las de la izquierda europeísta: para que sean atractivas las inversiones del capital privado es imprescindible garantizar una rentabilidad mínima y libertad de movimientos al capital. Y eso pasa por hacer más apetecible y sumisa la fuerza de trabajo –reformas laborales y recortes salariales–, la liberalización y privatización –nuevos y frescos mercados– y el control de las materias primas y fuentes de energía –que implica alianzas con regímenes reaccionarios y semicoloniales, el genocidio de los pueblos y la destrucción de los Estados antiimperialistas, descalificados como «dictatoriales», como fueron los casos de Yugoslavia, Irak, Libia y en la actualidad Siria. En este último aspecto, ha habido un apoyo entusiasta de gran parte de la izquierda europeísta, política y sindical, a las acciones militares de la OTAN que apoyan la recolonización de los territorios liberados décadas atrás.
La conciencia de construir un proyecto que una democráticamente a todos los europeístas –una democracia neutra y despolitizada, que ya no entiende de clases sociales–, de derechas y de izquierdas, burgueses y trabajadores, oligarcas y pobres, imprime a la izquierda europeísta la necesidad de privilegiar la unidad europea ante todo, aunque tenga que renunciar a la política que ha defendido anteriormente, aunque tenga que traicionar los intereses de los trabajadores que dice defender. Aunque tenga que traicionar los intereses de su propio país.
No hay ninguna duda de que entre los europeístas de izquierdas convencidos hay personas extremadamente honestas que jamás sospecharían de las peligrosas consecuencias de su ideología. Pero en política el resultado es indiferente que se haga desde el desconocimiento, la ingenuidad o la traición consciente: es el mismo.
Es por ello irrelevante saber si Tsipras ha sido un cobarde, un ingenuo o un traidor. Pero la traición indiscutiblemente se ha producido, así como el autogolpe de la junta patrocinada por la Troika. El europeísmo ha sido el vehículo ideológico que ha impulsado la traición: el pinochetismo griego debe demostrar ante las instituciones europeas que es más europeo que nadie, y que está dispuesto a imponer los sacrificios necesarios para que la Unión Europea «salve» a Grecia y Grecia «salve» la unidad europea y el euro impidiendo un Grexit. Y por este motivo Tsipras ha firmado unos acuerdos que no sólo implican una declaración de guerra salvaje y brutal contra los trabajadores griegos, sino también una humillación nacional sin precedentes en la Europa moderna. Y, a pesar de los golpes en el pecho de un Tsipras desesperado por mostrar como fruto de su lucha heroica contra la antigua Troika que el fondo de privatizaciones tenga su sede en Grecia y no en Luxemburgo –unas actitudes teatrales que producen vergüenza ajena y no hacen más que aumentar la humillación y el dolor del pueblo griego–, Grecia se convierte, al igual que América Latina y Chile desde 1973, en una semicolonia de las instituciones financieras y de poder extranjeras.
Por más que la izquierda europeísta haya cacareado sobre derechos sociales, lucha contra la austeridad e incluso sobre el poder de la oligarquía, las verdaderas «líneas rojas» que esta izquierda jamás iba a traspasar son la estabilidad de la Unión Europea y del euro. Alexis Tsipras y muchos de los diversos representantes nacionales de la izquierda europeísta han manifestado reiteradamente que ellos actuaban en defensa de la unidad europea y el euro, y criticaban a Alemania por imponer unas políticas basadas en su egoísmo nacional, que ponían en peligro la estabilidad de la unidad europea. De esta manera, mostrándose ridículamente como el salvador de la unidad europea y el euro, Tsipras ha escogido declarar una guerra salvaje y sin cuartel contra los trabajadores griegos.
El democratismo es otro de los dogmas de la izquierda europeísta, que plantea que dentro de la Unión Europea existe un llamado «déficit democrático» y son necesarias algunas reformas para permitir articular las demandas de los trabajadores y los sectores populares. La consigna de moda es: «la democracia frente a los mercados», como si los «mercados» –en realidad, los monopolios y multinacionales imperialistas– permitieran tomar decisiones que les afecten, enternecidos por la dulce retórica democrática.
Precisamente esta fue la lectura que Tsipras dio a los resultados del referéndum: para él no se trataba de la voluntad del pueblo de romper con la lógica seguida hasta ahora, sino de un hecho democrático ejemplar que lo elevaba en su talla de demócrata europeísta y que haría remover las conciencias de los eurócratas y los oligarcas. El referéndum, que podía haberse convertido en la primera gran batalla de una gigantesca lucha patriótica y de clases contra la oligarquía y la dictadura europeísta, se transformó así en una parodia que no hizo más que envalentonar a la oligarquía contra la insolencia de un Tsipras que pensaba dar lecciones con el arma de la democracia. Tispras fue a la vez culpable y víctima de su propia ideología democratista y su utilización aventurera y oportunista del referéndum y de la lucha popular le llevó a ser una marioneta de los poderes oligárquicos. De ahí al autogolpe no había más que un mero trámite parlamentario y la «democracia ejemplar griega» se convirtió en otra variante del neofascismo democrático.
Conclusión: del europeísmo de izquierdas al pinochetismo de izquierdas
El caso de Grecia es el ejemplo práctico, descarnado y brutal de cómo el europeísmo representa, de forma real o de forma larvada, la Quinta Columna y la traición nacional en el seno de los pueblos. Las utopías reformistas de la izquierda europeísta se convierten en pesadillas impracticables en el marco de la democracia oligárquica europea y los monopolios imperialistas. Hundidos los buques carcomidos del proudhonismo y del keynesianismo por las fortalezas de las instituciones europeas, la izquierda europeísta sólo puede aspirar a salvar del naufragio ideológico lo único que no es peligroso para la oligarquía imperialista: el europeísmo. La ideología europeísta lleva a la izquierda a esforzarse en aplicar de forma más dura que nadie las políticas antipopulares y antipatrióticas dictadas por la oligarquía, a cambio de la unidad europea y de la salvación del euro, y de vagas promesas de lucha contra la austeridad y crecimiento económico en un futuro muy remoto. Esta siniestra falacia la justifican afirmando que la gestión de los ajustes estructurales es mejor que se realice por la izquierda europeísta para garantizar el mínimo daño a los intereses de los trabajadores.
Tsipras y la fracción ultraeuropeísta de Syriza han constituido una junta golpista y se han embarcado en políticas que, de ser aplicadas por las fuerzas de derecha o socialistas, habrían levantado oleadas de denuncias y reproches. Son políticas, además, que violan frontalmente su programa electoral, los resultados del referéndum y la santificada lucha contra la austeridad. A pesar de estos hechos irrefutables y comprobados, las organizaciones de la izquierda europeísta no sólo no han tomado ninguna medida contra Tsipras y su fracción antipopular, ni siquiera lo han criticado. Al contrario, las acusaciones van dirigidas contra el parlamento griego de forma genérica o contra las instituciones europeas, como si la firma de Tsipras no fuera imprescindible para su aprobación.
La izquierda europeísta protege a Tsipras y a la fracción quintacolumnista de Syriza por un motivo fundamental: porque sabe que en caso de hallarse ante la misma situación que Tsipras, probablemente no le temblaría el pulso y firmaría lo que exigieran los poderes imperialistas extranjeros en nombre de la unidad europea y del euro. Esta es la evidencia de cómo la culminación del quintacolumnismo europeísta conduce a las políticas de traición nacional y de represión a los sectores populares.
Hay que remarcar que en España, donde se están produciendo diversos reagrupamientos de la izquierda europeísta y diversos proyectos de la denominada «unidad popular» con diversos nombres y organizaciones políticas, se han dejado correr ríos de tinta, debates y exabruptos por parte de todos los actores implicados acerca de la necesidad de ciertas fuerzas de acudir unidos o por separado ante las próximas elecciones generales, y lo mismo puede decirse del independentismo y nacionalismo de izquierdas que pretende que dentro de la Unión Europea y el euro habrá libertad y progreso para los pueblos.
En este sentido, hay dos elementos fundamentales que se han secuestrado en estas propuestas –al menos por los que llevan la voz cantante–, pero que son decisivas para plantear cualquier alternativa. Se trata de la relación con el euro, la Unión Europea y los centros financieros y de poder imperialistas que impiden cualquier política favorable a los intereses populares, o la estrategia de recuperación de la soberanía nacional y de democracia popular al sacrificar la lucha por la reinstauración de la República. A la luz de la experiencia griega, nadie puede negar que sin plantear estas cuestiones se va a cometer una nueva estafa monumental contra los trabajadores del Estado español y contra los intereses patrióticos.
La izquierda europeísta hace años que enterró a Marx y escupió sobre su tumba para homologarse a las democracias imperialistas y recibir la aprobación y las palmaditas en la espalda de la oligarquía europea. En ese viaje de homologación trató de desenterrar dos cadáveres que constituyeran unos referentes aceptables para la oligarquía: Proudhon y Keynes. Lamentablemente, debido a su avanzado estado de descomposición estos cadáveres resultaron inservibles y la izquierda europeísta sólo pudo encontrar un cadáver que todavía no había sido corrompido por el paso del tiempo: se trata del cadáver de Pinochet, al que ahora está resucitando urgentemente como solución para la crisis en Grecia.