Variaciones
sobre la nueva puesta en escena del espacio.
Tenía
ganas de andar por Madrid centro, de la Latina multicultural, donde comí algo
de arroz indio y me paré en un kiosco librería que me recordaba a una tienda de
ultramarinos, sólo que en vez de vender cubanas, vendían un sin fin de revistas
a color y fanzines descatalogados entre los que encontré uno que me llamó la
atención “A pie de calle”, título premonitorio y altamente urbano, de calle, de
literatura callejera, por supuesto lo compré.
Salí y me dirigí serpenteando la urbanidad, la ciudad que todo lo
contiene hacia el centro centro: sol. Ya en sus inmediaciones de tiendas y
jaleo de pateadores urbanitas, consumidores y viandantes curtidos en estos
mapas de la geografía de la ciudad transitada, decidí buscar un asiento, un
banco, un trozo de opción reposo, mirador del descanso urbano, pero nada, ¡no!,
a lo que me asaltó una pregunta. ¿En qué radica la
inteligencia de una ciudad?
No
veo bancos para sentarme, ni siquiera esos monoplazas. . Sí, pagaré. Pagaré...por
estar sentado en la vía pública. En puridad, habré pagado por una bebida; pero,
de hecho, estoy pagando por estar sentado en la calle, del centro de Madrid,
tomando una cerveza. Ya habréis adivinado que me sostengo en una terracita con
mesa en el centro de Madrid. Yo solo quería sentarme en un banco. Pues estaba cansado, mientras me llegan estas, algunas: reflexiones, que
transcribo seguidamente:
Se pretende el continuo movimiento, la transitoriedad perpetua,
el no «apalancamiento» en un espacio público, no vaya a ser que a dos personas
sentadas en el mismo banco
les dé por hablar entre ellas y se vayan a golfear, a divertirse, a hablar ... ¡Menuda panda de ratas!. Por otro lado está la acción disuasoria de
los comunes, aquellos que no teniendo nada, hacen suyo el espacio público, en
este caso un elemento urbano para todos y todas. Y aquí empiezan los conflictos y las quejas.
Entonces la administración los despoja, quitando esos bancos a los que viven en
la calle, pero también nos lo quita a los que transitamos. La realidad es
poliédrica, pero la gente mayor necesita sentarse.
Por otro lado hay que tener en cuenta que disfrutar de una cervecita en un banco público
con una lata ( de cerveza por ejemplo) o cualquier otro recipiente, ya que si
no me equivoco podría estar incurriendo en un tipo infractor de la Ley 5/2002,
de 27 de junio, de drogodependencia y otros trastornos adictivos (ya el título
me produce malestar), por dicho hecho tan reconfortante.
Total, que
tras unas dos horas por las calles de Madrid, Posando el culo en mi vertical de
mí bípeda configuración, una de dos, o encuentro un banco para sentarme ('cosa
que no es muy factible) o pago. Mi autoestima baja, pero en realidad, puede que
sea un quejicoso si me pongo en el lugar del que vive en la calle.
Pero no puedo de dejar de pensar que la ciudad centro
de las grandes urbes, a parte de llevar a cabo la gentrificación, se ha
convertido en un escaparate publicitario, en un parque temático del ocio, un entorno
aparentemente benigno, que ha desplazado el espacio público tradicional, donde
la idea de interacción auténtica entre los ciudadanos ha desaparecido por
completo, mientras el espectáculo del consumo se multiplica.
Jmc.
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