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lunes, 16 de abril de 2018

Pillando cacho, o sobrevivir como Asociación institucionalizada




¿Imagina a costa de qué? (II) // Todo por la Praxis

 
Publicado en ¿Qué pasa aquí?Difusión
    
¿Imagina a costa de qué? II.
La sociedad del espectáculo y la participación.

Todo por la Praxis
Siguiendo el hilo del post anterior, aprovechamos para continuar con las reflexiones en torno a la institucionalización de las prácticas colaborativas e Imagina Madrid como proyecto referente y punta de lanza de la Dirección general de Patrimonio cultural y Paisaje urbano.
Para arrancar una primera reflexión, nos apoyaremos en un caso emparentado con Imagina, que se realizó con un formato piloto a este proceso; el proyecto Tandem en los Jardines del Arquitecto Rivera, en el que participamos y conocemos de primera mano. En principio, ambos proyectos (Imagina y Tandem) tienen el mismo presupuesto para las intervenciones y también se plantean en términos pseudocolaborativos con tres colectivos profesionales y agentes locales, por lo que puede ser un ejemplo para algunos de los temas que planteamos y ponemos encima de la mesa. Este caso, nos sirve para seguir ahondando en las luces y sombras de las bases en las que se sustenta la propuesta de Imagina Madrid.
Este proyecto de Tandem, como otros muchos, se ha presentado a la sociedad como un proceso participativo/colaborativo (hacemos este binomio porque para algunas es lo mismo). El abuso semántico por parte de lo institucional es evidente, aunque ya existen múltiples voces que han dado la voz de alarma, desgraciadamente no seremos los últimos en hacerlo.
¿Qué supone este abuso, más allá de trasladar un mensaje ya reiterativo y vacío? La participación, y la forma de entenderla que se está trasladando desde la institución, sigue siendo en la mayor parte de los casos consultiva, y el mejor de los casos electiva entre dos opciones A o B. Su uso excesivo, genera confusión y falta a la verdad, cosa que a la larga genera descrédito entre la ciudadanía, ya que la posibilidad de participar en la toma de decisiones es un simulacro más que evidente. Los procesos de participación se han convertido en espacios que generan ilusiones ópticas a la ciudadanía en su conjunto, para posteriormente convertir las acciones en espectáculos poco o nada adaptados a las necesidades reales de un contexto, territorio o reivindicación social. El descontento, la desconfianza provocados por los procesos pseudoparticipativos, socavan la confianza que se ha construido durante años por estructuras de base y procesos de largo recorrido e imposibilitan el desarrollo de esos escenarios futuros en estos términos.
En el caso del programa Tándem, se convocó a “vecinas” y entidades del lugar solo dos veces en todo el transcurso del proyecto, esto para algunas es interpretado como un proceso de participación. Se les convoca y se plantean con ellas dinámicas de consulta, pensamiento, coprodución y análisis muy abiertos y sin objetivos concretos. Para finalmente no atender o responder a ninguna necesidad concreta de estas “vecinas” y entidades, sino a las necesidades de la institución. Su objetivo, camuflar dentro de un proceso pseudoparticipativo las intervenciones microarquitectónicas que dan soporte a una programación cultural dentro de los Jardines del Arquitecto Rivera, objetivo final que moviliza este proceso. En este simulacro todos los involucrados somos responsables y coparticipes de la ficción institucional.
Entendemos que es muy tentador tocar todo con la varita mágica de la participación, motivados por el deseo de una rápida rentabilidad política. Además, es fácil construir una mentira, ya que en estos procesos, generalmente participan pocas personas. Por la misma razón es muy fácil defender y sustentar su falso éxito y a su vez conseguir una divulgación masiva, planteándola en términos de éxito con un relato distorsionado, es el crimen perfecto.
El proyecto Tándem que se plantea en términos de proceso colaborativo/participativo se ha desarrollado a partir de dos sesiones de coproducción vecinal que a nuestro modo de ver y trabajar son muy escasos e insuficientes. Sin embargo, a nivel institucional esta realidad está bastante instalada. A su vez, la práctica institucional se camufla con una cortina de humo creada en torno a colectivos y agentes que son usados como arma arrojadiza de la legitimación.
Esta dinámica de escaso o casi nulo trabajo de diagnóstico y de un reducido y casi inexistente proceso afectivo entre los agentes involucrados, forma parte de la realidad de Imagina Madrid. Ya hemos asistido a numerosos procesos donde en las fases preliminares se ha realizado una única visita al barrio, por lo que nos podemos imaginar, que los desarrollos futuros se sustentan bajo unos cimientos muy deficitarios en este sentido. El mostrar esta realidad ya nos da las pistas del estado de la cuestión de esta convocatoria, que tiene muchas pretensiones, pero que actúa desde su calendario con estructuras de participación muy definidas.
La institución plenamente consciente de estas carencias siempre tiene una respuesta para justificarse, seguro que habéis escuchado alguna de ellas: estamos experimentando, todo es muy difícil, si no lo hacemos así no se hace nada, no sabéis lo compleja que es la burocracia, la próxima iremos mejorando, etc. Todas estas excusas, son las que parapetan una mala formulación y que interpela a la pregunta que arrancamos inicialmente ¿Imagina a costa de qué?
El juego experimental lo asumen las entidades de base y si el experimento sale mal, qué más da, la institución pone en marcha un nuevo experimento. Todos ellos, con el denominador común barrio/participación/vecina, parece que este es el nuevo mantra institucional. Una reducción simplista y catastrófica de las complejas realidades de muchos de nuestros barrios y sus ciudadanos. Los procesos colaborativos y participativos generados por parte de la institución, no son conscientes de que la participación ya existe en otras miles de formas y formatos. Las necesidades, los espacios de resistencia, el asociacionismo de base, los proyectos sociales, las nuevas subculturas urbanas, etc. ya están organizadas, y ya hacen presencia en los barrios de forma orgánica, compartiendo sus aprendizajes y apoyándose en su día a día. No necesitan que les digan cómo o dónde deben participar o en qué sarao deben aparecer. Para ellas, la participación no existe, es su día a día.
Las entidades, en muchos de los casos, a pesar de la incomprensión por los repentinos intereses en sus barrios se suben al carro, ya que necesitan recursos para seguir vivas (otro de los grandes problemas que podríamos entrar a revisar, la redistribución económica a estos proyectos sociales y de base en los barrios y su supervivencia), su activismo les hace asumir el riesgo. Tienen muy presentes que esto forma parte de su práctica, aunque no sea la más acertada o fructífera. Lo asumen, no desde la desinformación, la pasividad, la temeridad o la desesperación, sino plenamente conscientes de que arriesgan a pesar de su fragilidad, ya que creen en las oportunidades, aunque vengan en forma de procesos extraños y ajenos, pero que, al fin y al cabo, son oportunidades para el desarrollo del barrio.
La institución no tiene en cuenta esta fragilidad o se olvida rápido de ella desde la comodidad del despacho. Se olvida, abandona a las entidades a su suerte, planea expectativas inabarcables y pasa rápidamente a otro barrio o a otro proyecto, en una suerte de tiempos que solo les encajan a ellos. Después de todas esas ilusiones, programaciones culturales temporales (también existen procesos participativos que son programaciones culturales), acciones pequeñas y comunicaciones con frases al uso en las portadas como “las vecinas participando” se van, pero la realidad, los problemas y dificultades se quedan en el barrio quietas, inmóviles, con toda su crudeza, y con ellas, los ciudadanos que nunca participaron y las entidades que seguirán su camino, unas con más ilusión, otras desilusionadas. El proceso colaborativo de participación vecinal institucional solo interesa si existe una la foto bonita con la gente riendo, (que no criticando por supuesto) y rodeada de esa aura del “buen rollismo”. Cuando hay problemas la institución desaparece, hablamos siempre de la institución cultural colaborativa-experimental, la institución siempre tiene una excusa para justificar que los problemas no son suyos, ellos solo pasaban por allí.
Por otro lado, los colectivos profesionales en muchos casos nos convertimos en el mercenariado que participa de este espectáculo grotesco. Participando de la gran farsa siendo una pieza que media y facilita la foto de estos procesos. También padecemos la instrumentalización frente a la fragilidad, la dependencia, el clientelismo y la precariedad, esos son los males comunes.
La formulación de estos procesos resultones condiciona los mismos para que no se desarrollen con las garantías suficientes, por un lado, los agentes que trabajamos en esos contextos necesitamos más tiempo y más garantías para dejarnos afectar por la realidad imperante, asumiendo toda su diversidad y su formas de hacer, y por otro, los ciudadanos tienen que verse corresponsabilizados con los procesos y eso no pasa por preguntar a 10/20/30/40/50 personas de un barrio o coger las estadísticas de plataformas de análisis social para legitimar los procesos. Necesitamos variables más afectivas, pero también más efectivas, con las que evaluar estas prácticas. La política siempre demanda resultados en términos de rentabilidad, pero eso no casa con las formas de hacer de las prácticas colaborativas.
Por eso la foto, el objeto, la expo, son tan importantes para la administración, para nosotras la clave pasa por entender y ser consciente que estas prácticas se articulan en términos de proceso a largo plazo. Estas intervenciones colaborativas no deben supeditarse al resultado, al producto, la imagen, este sí que debe ser el mantra que debe calar en las lógicas institucionales y no institucionales. La labor que queda pendiente es cómo resolver esta cuestión y plantear procesos que no tienen por qué desembocar en resultados, que el fracaso y el error en sí mismo es un resultado y que los espacios son cambiantes y que cada agente tiene su desarrollo, sus tiempos y sus afectos que hay que cuidar.
El proyecto de Imagina Madrid desembarca en la ciudad con un proceso a todas luces pretencioso, que más allá de abordar todas estas cuestiones directamente no las toma en consideración. Imagina Madrid plantea un contexto más difícil todavía, como si el riesgo fuera un valor. Sin cuestionarse a costa de qué, solo se pone en valor la rentabilidad política del experimento. Esto nos parece una irresponsabilidad total. Nosotras, que algunos momentos hemos sido coparticipes del espectáculo, en este momento decidimos bajarnos del barco, hacer el ejercicio de autocrítica y plantear este hilo de posts desde los que establecer un marco crítico y de reflexión entre todos los agentes que participamos y formamos parte de esta práctica.

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