Cada minuto, segundo anterior y quizás antes del estallido de la sopa primigenia , voy leyendo algún que otro artículo interesante desde mi perspectiva de las cosas en la línea crítica reflexiva contra el desmán de Un Estado del Reino de España, que arremete contra los ciudadanos y empresas pequeñas y autónomos, como si fueramos organismos vivos defectuosos, desde la lógica de la biología carnivora destructora.
Cada instante, me revelo leyendo a personas atentas a la realidad, y llenas de ilusión y fuerza, maneras de confrontar y criticar a la realidad institucional cultural y política y social que nos han inventado. Y el de los impuestos, es una política de las políticas fiscales en clave confiscatorias.
Os dejos con un primer artículo sobre estas cuestiones, sobre la desobediencia y la existencia de otras vías de moneda.
Mi deuda con España
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Me ha llegado un grueso sobre remitido por la Agencia Tributaria del Reino de España. Dentro, unos cuantos folios con unas tablas a dos colores, bastante bonitas. En ellas me ofrecen, gratuitamente, un concienzudo desglose de todas las multas que tengo pendientes desde el siglo XII, más o menos.
Que me llegue esta carta no es noticia; me la envían diligentemente cada seis meses, para evitar que las multas prescriban. Éstas no son como las de los peces gordos, que caducan a los cinco años. La noticia es que, por primera vez, mi deuda ha superado la cifra de diez mil de los antiguos euros (unos 22 BTC). ¡Que suene la música!
El Reino de España me otorga, en un alarde de democracia, la libertad de escoger entre tres opciones:
a) Pagar el importe íntegro de mis sanciones, más un castigo adicional (considerable), por haber sido rebelde durante tanto tiempo.
b) Sustraer esa cantidad, sin mi consentimiento, de mi cuenta bancaria.
c) Utilizar el argumento de la deuda para intentar coaccionarme con algún otro tema, en cualquier momento de mi vida.
Dos de las tres opciones consisten en el uso de la violencia y el poder. Afortunadamente, no tengo cuenta bancaria y mi dependencia del Estado es cada vez menor. Por ahí no tienen por dónde cogerme, que diría mi vecina argentina.
¿Qué significa tener €10K de multas? Es un dinero que nunca ha existido, así que no se puede decir que falte de ningún sitio. Si lo pago, ¿estaré creando riqueza? ¿Aumentando el PIB? ¿Socializando riqueza, acaso? ¿O sólo moviéndola de unas manos a otras? ¿Qué manos son mejores?
¿Y si no lo pago? Actualmente estoy en condiciones de jurar o prometer ante un juez que no tengo tal cantidad de euros. Ni la tendré: cuando consigo dinero, inmediatamente lo invierto en las cosas que me interesa que funcionen. Yo no me quedo nada. Sólo espero que, al final, las cosas funcionen también para mí.
Disfruto de una renta básica que me da la cooperativa de la que formo parte, la cual, además, cubre casi todas mis necesidades. El dinero no es un problema para mí. Es más, puedo conseguir los 10K con bastante facilidad. Pero claro, si son para esto, no.
Desconozco si el Estado cuenta esta socialización del patrimonio privado como activo, como pasivo, como deuda o si lo incluye en los presupuestos generales. No tengo claro hasta qué punto espera conseguirlo, y ni idea de para qué lo quiere. Ignoro si cuenta con él para acabar con la crisis. No sé si, por mi culpa, alguien se va a quedar sin pensión, sin silla de ruedas o sin comedor escolar. Tal vez soy un defraudador y debo ser castigado.
Lo que sí sé es que, si algún día me da por pagar mi deuda, no podré darle el dinero directamente al Estado; tendré que dárselo a un banco privado, que lo usará como semilla para crear dinero nuevo, beneficiando, de paso, a todo tipo de proyectos maléficos. Luego, el Banco se lo entregará al Estado, y éste se lo devolverá al Banco por cualquiera de las vías que tiene para hacerlo.
¡El Estado y el Banco son casi lo mismo! Deja, deja. Mi dinero, mejor me lo gestiono yo.
Ah ¿que de qué son las multas? Pues son por desobedecer leyes injustas, leyes en cuya creación no he podido participar. Por hacer democracia en vez de pedirla. Por cumplir con mi deber ciudadano, que no sale barato.
...
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El
Fondo Monetario Internacional comenzó su singladura destructora tras la
conferencia de Bretton Woods un 27 de diciembre de 1945, víspera en
nuestras latitudes del día de los Inocentes. El propósito de los
primeros promotores fue impedir que se volviesen a repetir los terribles
desajustes económicos que llevaron a la crisis de 1929 y a la depresión
generalizada de la década de los treinta que concluyó con la Segunda
Guerra Mundial. En ese primer momento se trataba de crear un supervisor
mundial que velase por la equilibrada fluctuación de las divisas
estatales, el desarrollo del comercio mundial y la previsión de
desequilibrios macroeconómicos que pudiesen poner en peligro la
economía. John Maynard Keynes, que participó en las primeras
conversaciones constitutivas, llegó a proponer la creación de un banco
mundial con verdaderos poderes reguladores, pero su propuesta fue
rechazada por intervencionista y porque al Fondo esperaban misiones muy
“superiores” a las sugeridas por el economista inglés. La muerte de
Roosevelt en 1945 y del propio Keynes al año siguiente, dejarían al
organismo económico internacional un papel menudo que solo se
aquilataría con el triunfo de las doctrinas neoliberales.
En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
http://www.nuevatribuna.es/opinion/pedro-luis-angosto/fmi-y-globalizacion-miseria/20150610144629117012.html
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En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
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Donnie Maclurcan y Jennifer Hinton
Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
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En el núcleo del fallido sistema capitalista está la ética “con ánimo de lucro”. Basada en el mito de que los seres humanos son esencialmente egoístas y competitivos, la ética del lucro establece que la mejor manera de incentivar la innovación y facilitar la actividad económica es apelar al interés individual de las personas.
Esto se manifiesta en el modelo de empresa con ánimo de lucro, central para la economía actual, en la que los dueños e inversores se involucran en los negocios esperando una porción de las ganancias de la compañía en forma de dividendos, opciones o acciones. En esencia, el capitalismo garantiza que vivamos en un mundo lucrativo.
Sin embargo, esta ética del lucro y esta forma de hacer negocios ha provocado una desigualdad socioeconómicaincreíble en la que la ganancia de capital y los dividendos de las compañías son los principales causantes de la brecha de ingresos. ¿Qué otra cosa cabía esperar cuando el beneficio privado está considerado como el motor de la actividad económica y la maximización de los beneficios es la prioridad de la mayoría de las grandes empresas?
Además, la estratificación social resultante de la inequidad financiera global está ligada a la devastación ecológica, lo que nos lleva a paso constante hacia el colapso total del sistema en los próximos 50 años.
La sugerencia más común como alternativa a esta disfunción es una mayor regulación del mercado. Aunque la importancia de las medidas de regulación es clave a la hora de responder a desafíos sociales y ecológicos, su utilidad es limitada en tanto que un estado fuertemente regulado disgrega políticamente, desempodera a los ciudadanos y puede sofocar la innovación real. Además, debido a la tan extendida connivencia de la clase política con las grandes empresas, las reformas reguladoras son a menudo una mera fachada para seguir como siempre.
Otros preconizan el “capitalismo consciente”, y creen que vías como la acreditación B Corp y el “valor compartido” son las mejores maneras de alcanzarlo. Pero a pesar de que estas vías centran la atención en cuestiones de sostenibilidad importantes, tales enfoques no logran abordar el problema de fondo.
Aunque las nuevas formas de empresas con ánimo de lucro busquen equilibrar el planeta y las personas con ganancias, siguen tratando el lucro como un fin en sí mismo más que como un medio para un fin, fomentando la avaricia destructiva inherente a un sistema que se basa en la privatización de las ganancias.
Tampoco puede venir al rescate el potencial innovador del capitalismo. Los niveles de innovación requeridos para evitar el colapso no solo son muy poco realistas en un sistema basado en el crecimiento, sino que es la ética del lucro la que genera precisamente los problemas que hoy afrontamos.
Entonces, ¿cuál podría ser la alternativa? Afortunadamente, el relato dominante sobre la naturaleza humana está cambiando. Un número creciente de investigaciones demuestra que, bajo las condiciones apropiadas, la naturaleza humana tiene una tendencia hacia la cooperación . Hoy somos testigos del nacimiento de una fuerza de trabajo motivada cada vez más por objetivos, y nos damos cuenta del potencial de una estructura empresarial existente, denominada entidad sin ánimo de lucro, que promueve los aspectos más nobles de la naturaleza humana.
Existe una corriente creciente de empresas en todo el mundo que tienen planes de negocio, generan ganancias y pagan buenos salarios, y sin embargo están constituidas legalmente como “sin ánimo de lucro”. Son una respuesta osada al malentendido común agravado por la utilización indistinta de las palabras “sin ánimo de lucro” y “benéfico”, que asume que las entidades sin ánimo de lucro no pueden ser empresas exitosas.
En el Reino Unido, algunos ejemplos de empresas sin ánimo de lucro prósperas incluyen el proveedor de alojamientoYHA, la firma energética Ebico, la compañía de reciclaje mejorado London Re-use Network, la revista The Big Issue, la panadería Breadshare Bakery y el club automovilístico Cowheels. Alrededor del mundo, existen empresas sin ánimo de lucro reconocidas como Hansalim en Corea del Sur, BRAC en Bangladesh y Mozilla Firefox en los Estados Unidos. Por ley, el 100% de cualquier ganancia que estas empresas generen deben reinvertirse en la empresa o en la comunidad. Por lo tanto, lo que realmente significa sin ánimo de lucro es sin beneficio privado, el fin del incentivo al comportamiento egoísta.
Entonces, ¿cómo sería un mundo en el que todas las empresas fueran sin ánimo de lucro? Un Mundo Sin Ánimo de Lucro seguiría teniendo un mercado pujante. Los gobiernos, los bancos, el dinero, los préstamos y los intereses permanecerían vigentes. Pero dentro de una estructura sin ánimo de lucro, sus efectos serían enormemente diferentes.
Cuando los bancos no pueden privatizar las ganancias, no tienen accionistas, dueños ni socios a los que mantener contentos con dividendos y beneficios privados. No tienen otra razón de ser más que la de brindar servicios financieros de calidad a sus clientes, y tienen poco con lo que distraerse de este objetivo. Están pensados para ser más transparentes y eficientes.
En lugar de malversar los recursos de las personas y las comunidades que obtienen préstamos, todas las ganancias se asignan según la misión social de la entidad sin ánimo de lucro, permitiendo que se genere una riqueza comunitaria real. Ahora imaginen que el sector financiero entero fuera sin ánimo de lucro. Imaginen que lo fuera también todo el sector de venta al por menor, y el sector de la producción.
En la mayoría de los sectores, el costo de poner en marcha una empresa está disminuyendo drásticamente, y las grandes inversiones de capital son cada vez menos necesarias para incentivar la innovación, lo que permite la emergencia de empresas sin ánimo de lucro como la compañía productora de automóviles Wikispeed y el diseñador de plantas de energía solar Zenman Energy. Además, nuevas formas (y algunas no tan nuevas) de captación de capital están disponibles para las entidades sin ánimo de lucro emergentes, entre ellas el crowdfunding, lafinanciación basada en el rendimiento y los community bonds [bonos comunitarios]. Cuando el mercado existe para satisfacer las necesidades de las personas, disminuyen las exigencias impositivas del gobierno, y los buenos salarios y el trabajo significativo se convierten en todo lo que necesitamos para la economía de lo suficiente.
A partir de la modificación de la naturaleza del incentivo y de la propiedad en las empresas, el modelo del mundo sin ánimo de lucro permite a las compañías tomar decisiones realmente sostenibles y promover a su vez una sociedad menos consumista. El mundo sin ánimo de lucro también favorece una economía más equitativa porque la redistribución de la riqueza le es inherente, ya que las empresas están obligadas por ley a reinvertir en lugar de privatizar los beneficios.
Aunque la economía informal sin ánimo de lucro ha mantenido a la civilización en marcha desde tiempos inmemoriales a través de los ciudados y de formas de intercambio no monetarias, la emergencia de una economía sin ánimo de lucro formal está actualmente en pleno desarrollo. Para financiar su trabajo, las instituciones sin ánimo de lucro generan, cada vez en mayor medida, sus propios ingresos a diferencia de la estrategia tradicional, en la que se depende de los subsidios y de la filantropía.
Las ventajas de establecer negocios sin ánimo de lucro se están haciendo cada vez más visibles para los emprendedores gracias a estructuras como la Community Interest Company [compañía de interés comunitario] limitada por garantía en el Reino Unido. También hay un interés renovado por las exitosas estructuras de negocios tradicionales que existen comúnmente como “sin ánimo de lucro”, tales como las cooperativas de consumidores en los sectores de alimentos, atención sanitaria, seguros, vivienda, servicios públicos y finanzas.
La emergencia de las empresas sin ánimo de lucro está catalizada por las ventajas que poseen estas empresas en el mercado, pues han demostrado ser altamente resistentes a la desregulación y a la recesión. Los negocios sin ánimo de lucro no tienen que pagar dividendos, y generalmente pueden ofrecer precios más bajos, principalmente porque no buscan el lucro.
Pueden obtener exenciones tributarias y tienen la capacidad de recibir donaciones deducibles de impuestos. Son más propensas a recibir el apoyo de voluntarios apasionados. Y su preferencia por estructuras organizativas más horizontales facilita la productividad y la innovación. Además, en un mundo con una demanda creciente de productos y servicios éticos, las organizaciones que se concentran en satisfacer necesidades humanas y ecológicas llevan la delantera.
Combinadas, las ventajas de las empresas sin ánimo de lucro resultan en una mayor cuota de mercado. El sector sin ánimo de lucro de los Estados Unidos creció a una velocidad considerablemente mayor que el sector lucrativo entre 2001 y 2011, esto a partir de una base de 1.259.764 organizaciones.
Por primera vez en la historia moderna tenemos las estructuras, las capacidades y el ímpetu para evolucionar hacia un mundo sin ánimo de lucro, en el que las mejores energías y los mejores impulsores de buenos negocios estén al servicio de la prosperidad colectiva.
El FMI y la globalización de la miseria
11/06/2015
Opinión
El Fondo Monetario Internacional comenzó su singladura destructora tras la
conferencia de Bretton Woods un 27 de diciembre de 1945, víspera en nuestras
latitudes del día de los Inocentes. El propósito de los primeros promotores fue
impedir que se volviesen a repetir los terribles desajustes económicos que
llevaron a la crisis de 1929 y a la depresión generalizada de la década de los
treinta que concluyó con la Segunda Guerra Mundial. En ese primer momento se
trataba de crear un supervisor mundial que velase por la equilibrada
fluctuación de las divisas estatales, el desarrollo del comercio mundial y la
previsión de desequilibrios macroeconómicos que pudiesen poner en peligro la economía. John Maynard
Keynes, que participó en las primeras conversaciones constitutivas, llegó a
proponer la creación de un banco mundial con verdaderos poderes reguladores,
pero su propuesta fue rechazada por intervencionista y porque al Fondo
esperaban misiones muy “superiores” a las sugeridas por el economista inglés.
La muerte de Roosevelt en 1945 y del propio Keynes al año siguiente, dejarían
al organismo económico internacional un papel menudo que solo se aquilataría
con el triunfo de las doctrinas neoliberales.En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
http://www.nuevatribuna.es/opinion/pedro-luis-angosto/fmi-y-globalizacion-miseria/20150610144629117012.html
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El
Fondo Monetario Internacional comenzó su singladura destructora tras la
conferencia de Bretton Woods un 27 de diciembre de 1945, víspera en
nuestras latitudes del día de los Inocentes. El propósito de los
primeros promotores fue impedir que se volviesen a repetir los terribles
desajustes económicos que llevaron a la crisis de 1929 y a la depresión
generalizada de la década de los treinta que concluyó con la Segunda
Guerra Mundial. En ese primer momento se trataba de crear un supervisor
mundial que velase por la equilibrada fluctuación de las divisas
estatales, el desarrollo del comercio mundial y la previsión de
desequilibrios macroeconómicos que pudiesen poner en peligro la
economía. John Maynard Keynes, que participó en las primeras
conversaciones constitutivas, llegó a proponer la creación de un banco
mundial con verdaderos poderes reguladores, pero su propuesta fue
rechazada por intervencionista y porque al Fondo esperaban misiones muy
“superiores” a las sugeridas por el economista inglés. La muerte de
Roosevelt en 1945 y del propio Keynes al año siguiente, dejarían al
organismo económico internacional un papel menudo que solo se
aquilataría con el triunfo de las doctrinas neoliberales.
En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
http://www.nuevatribuna.es/opinion/pedro-luis-angosto/fmi-y-globalizacion-miseria/20150610144629117012.html
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En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
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El
Fondo Monetario Internacional comenzó su singladura destructora tras la
conferencia de Bretton Woods un 27 de diciembre de 1945, víspera en
nuestras latitudes del día de los Inocentes. El propósito de los
primeros promotores fue impedir que se volviesen a repetir los terribles
desajustes económicos que llevaron a la crisis de 1929 y a la depresión
generalizada de la década de los treinta que concluyó con la Segunda
Guerra Mundial. En ese primer momento se trataba de crear un supervisor
mundial que velase por la equilibrada fluctuación de las divisas
estatales, el desarrollo del comercio mundial y la previsión de
desequilibrios macroeconómicos que pudiesen poner en peligro la
economía. John Maynard Keynes, que participó en las primeras
conversaciones constitutivas, llegó a proponer la creación de un banco
mundial con verdaderos poderes reguladores, pero su propuesta fue
rechazada por intervencionista y porque al Fondo esperaban misiones muy
“superiores” a las sugeridas por el economista inglés. La muerte de
Roosevelt en 1945 y del propio Keynes al año siguiente, dejarían al
organismo económico internacional un papel menudo que solo se
aquilataría con el triunfo de las doctrinas neoliberales.
En efecto, al igual que ocurrió con Naciones Unidas tras las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco, el Fondo Monetario Internacional nació con una fuerte impronta antidemocrática que lo convertía en un instrumento al servicio de los estados más ricos y poderosos. Así como el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dejaba en papel mojado cualquier resolución de las mayorías, la aprobación de las propuestas importantes del Fondo Monetario Internacional requieren de una mayoría cualificada del 85% de sus miembros, lo que en la práctica supone que todas las decisiones tienen que contar con el apoyo de Estados Unidos, país que debido a su aportación económica cuenta con un 16% de los sufragios. Mientras Estados Unidos seguía intentando ganar la “guerra fría” para imponer su hegemonía mundial, el FMI se mantuvo en un segundo plano que le otorgaba muy poco peso en el diseño de la política económica de los distintos países. Fue a raíz del golpe de Estado de Pinochet en 1973 y de la aparición de las políticas neoliberales de la Escuela de Chicago que irrumpieron en el mundo con fuerza tras la victoria de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se produjo un acercamiento entre los economistas y funcionarios ultras del Gobierno norteamericano y los del FMI, convirtiendo al organismo económico internacional en garante planetario de la ortodoxia de la doctrina económica ultraliberal, doctrina que podríamos resumir en estas palabras escritas por el antropólogo y geógrafo británico David Harvey: “El neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada fuertes, mercados libres y libertad de comercio. El papel del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado para el desarrollo de éstas prácticas”.
Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
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Al principio, en la década de los setenta, la actividad del FMI se centró casi exclusivamente en Chile, país que “logró salir” de la crisis económica laminando todos los derechos económicos, políticos sociales y culturales de sus ciudadanos con una violencia tal que tanto esos derechos como el espíritu cívico crítico siguen desaparecidos de aquella nación hermana. Posteriormente, todas y cada una de las dictaduras Latinoamericanas –Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Venezuela, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua…- sufrieron en las carnes de sus habitantes los efectos destructores de las directivas del Fondo, destinadas en su mayoría a incrementar la deuda de los Estados mediante préstamos leoninos de inaplazable y perentoria devolución para de esa forma obligar a drásticos recortes en el gasto público. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 marcó el declive de la tiranía del FMI sobre los estados latinoamericanos, pero para entonces ya había desaparecido la URSS, Estados Unidos había ganado la “guerra fría” y Europa se había convertido en la nueva presa: Desaparecida la URSS, con China lanzada a bocajarro al capitalismo salvaje, no tenía ningún sentido que en un pequeño trozo del planeta –Europa Occidental- existiese un mercado del trabajo regulado con jornada de ocho horas, jubilación a los 65 años, vacaciones de treinta días, pensiones, prestaciones sociales, Educación y Sanidad públicas. Eso era una anomalía, un fruto amargo de la “guerra fría”, un quiste que le había salido al capitalismo y que era necesario extirpar de forma rápida y segura: La “guerra fría” con la URSS había terminado con la victoria, ahora comenzaba la “guerra fría” con la Europa de los Derechos y del bienestar, un lujo y un ejemplo que el nuevo mundo globalizado no podía permitirse, un atentado contra la mano invisible que rige los mercados, un sacrilegio contra la Ley de la Desigualdad Creciente, convertida en Carta Magna del Planeta.
Hoy, tras más de cuatro décadas de imposición de las doctrinas austericidas y contrarias a los Derechos Humanos por parte de Estados Unidos, la UE y el FMI, Europa Meridional agoniza como hace unos años agonizaba Latinoamérica. Pero no sólo morirá esa parte de Europa porque si no somos capaces de poner coto a tanto desvarío y tanta crueldad, caerá toda Europa y detrás de la Europa que un día admiramos y quisimos, que perdura en la memoria de muchos como una quimera en descomposición, caerá el resto del mundo, incluidos los países hermanos de América que durante unos años han podido respirar, incluido el creciente asiático que nada podrá vender a quien nada puede comprar. Es decir, que bajo el auspicio de la potencia hegemónica que dicta e impone, por la fuerza de sus bombas o de su FMI, brutales medidas para expandir el beneficio de los menos y desmontar los Estados democráticos, podemos estar asistiendo al principio del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido y al desmantelamiento del comercio mundial, porque la pobreza no genera plusvalías, porque la devaluación de países enteros como España, Italia o Grecia sólo conseguirá que sus tradicionales suministradores, a medio plazo, vean mermada su producción en una espiral que sólo conseguirá igualar al mundo por abajo. Tal es la obra criminal del FMI, de quienes lo financian y de quienes todavía lo defienden.
10 de Junio de 2015
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