No seré yo quien defienda los numerosos desmanes en que han incurrido los cristianos durante siglos; pero me pregunto si quienes se aprestan a señalarlos muestran el mismo celo hacia los que han cometido las religiones y los pueblos de todo el orbe desde que el mundo es mundo. Un ejemplo significativo es el de quienes abominan de la "crueldad cristiana", mientras alaban las religiones de los pueblos precolombinos, de prácticas tan poco amigables. O el de quienes obvian que los Estados militantemente ateos y "humanistas" han sido responsables de represiones y matanzas sin parangón.
Por otra parte, sólo una miopía voluntaria puede ignorar que, al menos desde hace un siglo, el cristianismo ha abandonado el fanatismo y, además, se ha revuelto contra uno de los males de nuestro tiempo: el relativismo, que no solo conduce a la amoralidad sino que resulta inevitablemente contradictorio y autorrefutatorio.
Con todo, el asunto no es este, sino la renuencia a abordar lo que considero –me disculpo por el énfasis– no ya el tema de nuestro tiempo, sino el tema de cualquier tiempo: la necesidad, para poder alcanzar una vida lograda, de trascender nuestras necesidades más inmediatas y comprometernos con un proyecto de excelencia intelectual y moral.
En este sentido y a mi juicio, la cuestión no es si uno se declara cristiano, budista, peripatético, estoico o ateo, sino si su vida es un ejemplo de integridad, virtud, discernimiento, benevolencia y amor. Afirmar que "se tiene fe" o que "se está libre de fantasmas metafísicos", pertenecer o no a una comunidad religiosa o a una institución civil puede ser significativo para uno mismo; pero solo la materialización de acciones concretas y la forja de un carácter revela lo que somos y tiene impacto profundo en los demás.
Podemos discutir –y ello puede ser enriquecedor– el alcance, las virtudes y los defectos de una religión o una corriente política; pero lo relevante es qué hacemos con ese conocimiento. Ni a los demás ni a nosotros mismos nos conforma y mejora lo que decimos, sino cómo y para qué vivimos.
También esoterismo:
El significado esotérico de la "Semilla" que aplasta a la serpiente
Él te magullará la cabeza, y tú le magullarás el talón. ”
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— Génesis 3:15
Esotéricamente, esta profecía describe la batalla dentro de cada ser humano.
La serpiente simboliza el yo inferior: ego, miedo e ilusión.
La semilla de la mujer es la chispa divina dentro, la luz interior que despierta y se levanta.
Cuando esta semilla madura, aplasta la cabeza de la serpiente: tu conciencia superior conquistando el ego.
La serpiente golpeando el talón representa las luchas que tratan de tirarte hacia abajo, pero no puede detener tu despertar.
Esta es la historia de tu transformación interior:
tu luz derrotando a tus sombras.

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