:: El tambor es la montura, el brujo es el jinete ::
El uso del tambor como llave de entrada para cruzar los espacios liminales es una constante en todo el mundo; desde Laponia hasta Norteamérica, y desde Siberia hasta la Patagonia. Su sonido monótono y constante es la herramienta perfecta para inducir estados alterados de consciencia a través de los cuales no sólo se percibe la realidad no ordinaria, sino que además se levanta el vuelo del alma.
Los vuelos chamánicos son estados en los que la consciencia del chamán se desplaza más allá de su cuerpo físico, pudiendo ver otras regiones de nuestro mundo o incluso espacios más allá de este. La superficie del tambor suele ser un reflejo de esa realidad no ordinaria a la que el brujo o chamán accede. Así se muestra un axis mundi que separa los diferentes mundos, mostrando chamanes, espíritus, animales y dioses en ellos. El tambor no sólo es la herramienta, también es el mapa de la cosmovisión espiritual.
Su sonido, junto a las canciones de poder, permite al iniciado rasgar el velo y descender por las raíces del mundo hasta los inframundos, o ascender por las ramas hasta las bóvedas celestes. Estas mismas experiencias las podemos encontrar en las prácticas de brujería y licantropía presentes en la historia medieval y moderna de Europa. La metamorfosis sería también una forma análoga a la práctica del vuelo del alma, muchas veces definida como la proyección del doble de quien está realizando el trance.
Las prácticas son diversas, la tradiciones son variadas, pero en todas ellas hay patrones compartidos que se repiten una y otra vez, haciendo que más allá de la manifestación cultural de cada pueblo exista una misma experiencia espiritual de contacto con el Otro Mundo. La liminalidad que propicia el tambor sirve de puerta de entrada, de umbral para comenzar el viaje hacia ese cosmos representado en su piel. Más allá de este el ritmo traza el sendero. El tambor es la montura, el brujo es el jinete.